Estimados docentes: El ser humano no puede vivir sin comer. Es una de las verdades incuestionables que hemos aprendido desde niños, en la escuela y en casa. La base de esta aseveración es, en parte real, pero la ciencia ya ha demostrado plenamente que esto no significa que tengamos que comer todos los días, tres veces al día. Y tampoco quiere decir que nuestro organismo necesite, para operar correctamente, las exageradas cantidades de azúcar, sal, leche, grasa y harina que hoy consumimos. Por el contrario, estas costumbres son la razón de infinidad de dolencias que, como solemos decir, pasan factura con los años. Es decir que, tarde o temprano, afectarán nuestra salud y pondrán en riesgo nuestra vida.

Aprender a comer o, mejor dicho, reaprender a alimentarnos es una de las cosas más difíciles. Romper con hábitos fuertemente enraizados, que sostenemos desde nuestra más temprana infancia, exige información, fuerza de voluntad, constancia y, sobre todo, responsabilidad. También tiene que ver mucho con el estado actual de las cosas. Comer sano es bastante costoso y no es casualidad que aquellos productos que menos deberían formar parte de la dieta regular, sean los más accesibles para las grandes mayorías. En ese sentido, la buena alimentación también debería formar parte de la agenda estatal y educativa, para que poco a poco la sociedad vaya modificando sus preferencias y sus prioridades, masificando el consumo, por ejemplo, de verduras y frutas para dejar atrás gaseosas y golosinas.

Esta educación alimenticia es, de alguna manera, bastante contracultural y, por ello, asociada a lo no tan popular. Los grandes negocios de la alimentación industrializada se oponen a cuestiones mínimas como la publicación de anuncios -en el Perú, los famosos “octógonos”- que adviertan al consumidor sobre el potencial daño que puede ocasionar el consumo excesivo de azúcar, sal o grasa. Con más razón se opondría a campañas informativas y educativas, desapasionadas e inspiradas en el bien común, que busquen reeducar sobre el consumo de leche, carnes rojas, dulces, etc.

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EL DATO

  • Comer es un comportamiento automático y complejo. La gran industria alimentaria lo sabe bien y se aprovecha diseñando alimentos cada vez más sabrosos, para que sin demasiado poder de elección los consumamos.
  • Comemos como necesidad real para la incorporación de nutrientes y energía, pero la comida también está puesta al servicio de otras funciones como puede ser: pasar el rato, distraernos, calmar el estrés, provocarnos placer, transitar la ansiedad, o por el simple hecho de saborear algo.
  • La cantidad de comida que nos servimos mucho tiene que ver con nuestras costumbres familiares. Nuestro país tiene una fuerte historia de inmigrantes que escapaban de las guerras y venían con lo puesto.

Fuente: Diario El Clarín

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