Estimados docentes: Una imagen clásica de todos aquellos que hayamos pasado por el colegio es la de los alumnos jugando a la guerra de bolitas de papel mientras el profesor/profesora les da la espalda, mirando a la pizarra. Esta travesura, inocente en extremo, no se compara a las barbaridades que hoy muchos de nuestros colegas deben padecer cuando tienen al frente a un grupo de adolescentes indisciplinados y rebeldes. La idea de establecer la autoridad del maestro en las aulas se ha ido perdiendo en la medida en que las nociones de castigo o imposición de carácter ha perdido espacio frente a tendencias más lúdicas y permisivas.
No estamos a favor del regreso y uso indiscriminado de “la palmeta” -aquella regla de madera con el que los profesores y auxiliares golpeaban las palmas de las manos como castigo a los más revoltosos- pero sí es necesario hacer hincapié en que, por ejemplo, en nuestras épocas escolares, fueron muy comunes los castigos físicos y nadie murió ni se traumó por ello. Por otro lado, la agresividad y nivel de acciones vengativas que algunos adolescentes toman contra sus profesores o auxiliares son mucho más fuertes que hace treinta, cuarenta o cincuenta años, merced de toda una sobre estimulación de ejemplos violentos y conductas antisociales que medios de comunicación e influencers levantan como positivas, y que encuentran un público cautivo entre niños, niñas y adolescentes de ambos géneros.
Los casos de bullying de estudiantes hacia maestros son más comunes de lo que quisiéramos. Y eso trae a colación el tema de la autoridad. ¿Cómo dejamos sentado que el maestro, más que un amigo o un enemigo, es la autoridad en el aula? ¿Cómo “imponer respeto” sin caer por ello en la agresión o el abuso injustificados? Otra pregunta que debemos hacernos es si es cierto que los alumnos, solo por el hecho de serlo, no pueden ser reprendidos ¿eso aplica también a casos extremos en que el estudiante se convierte en un peligro para la integridad de sus compañeros y sus maestros? Es cierto que estas conductas son reflejo de otros problemas -familias disfuncionales, problemas socioemocionales de toda índole- que, sin duda, merecen y exigen un tratamiento psicológico, de tutoría. Pero, a veces, la autoridad también debe ejercerse, con medidas más concretas, pero sin caer en excesos.
Ustedes, ¿qué opinan?
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EL DATO
- La habilidad de ganarse el respeto de la clase puede ser de las más complicadas de adquirir, especialmente en los grupos de la enseñanza secundaria. Por mucho que conozcas la teoría de la materia que impartes, no hay que olvidar la “asignatura” del respeto.
- La educación ha cambiado mucho a lo largo de los años: antes, la figura del profesor/a era más rígida, mientras que ahora, el objetivo es crear un buen ambiente en la clase, que exista más comunicación y participación.
- Aunque pueda parecer obvio, un docente ha de conocer en profundidad la asignatura que enseña. Aun así, no es posible saber absolutamente todo sobre la misma: ¿Puede, por ejemplo, alguien que da clases de historia, saberse de memoria absolutamente todas las fechas de la historia universal?
Fuente: Blog Superprofe.es
Teòricamente la autoridad docente se refiere al conjunto de normas, disciplina, limites y medidas dentro del aula con la finalidad de crear un espacio òptimo para que se desarrolle el proceso de enseñanza -aprendizaje que permita el logro de los objetivos. Un profesor, reconocido por su autoridad es aquel que logra que sua estudiantes acepten como legìtimas sus solicitudes y desistan de otras posibilidades de actuaciòn que podrian ser igualmente atractivas.