Estimados docentes: Hace un par de semanas, el mundo se paralizó por la expectativa que generó la transmisión de dos finales de campeonatos continentales de fútbol: por un lado, la Eurocopa y, por el otro, la Copa América. Como sabemos, el llamado “deporte rey” es una de las actividades que más atención recibe por parte de hombres y mujeres de todas las edades, preparaciones académicas y sectores socioeconómicos. Por lo tanto es, también, un enorme negocio en el que brilla la publicidad, la comercialización de todo lo que tenga que ver con sus protagonistas y el dinero que ganan.

Una de las cosas de las que muy poco se habla en internet es la forma en que las familias procesan este auge de la actividad futbolística en casa. Padres y madres, personas adultas y, en muchos casos, profesionales, se declaran “hinchas” -un término asociado a ser seguidor de un equipo o un determinado jugador- y, ejercen su fanatismo con pasión y militancia dignas de muchísimas otras causas que ignoran por completo. Y ese fanatismo, ese “hinchaje”, se lo trasladan a sus hijos. Podemos ver, en esas transmisiones globales, a niños muy pequeños con los rostros pintados de los colores de su selección, a quienes sus padres visten con casaquillas, banderolas, gorros.

Los pequeños, sin entender muy bien de qué se trata, agitan los brazos y lloran si su equipo pierde o si su jugador favorito les sonríe, les firma un autógrafo. Los más grandecitos, digamos a partir de los 8 años, comienzan a desarrollar, debido a ese fanatismo inculcado por sus padres, cuadros de ansiedad ante la cercanía de un partido, y sentimientos de rechazo hacia sus rivales. En situaciones precarias de formación emocional, pobreza y criminalidad, todo esto termina con los enfrentamientos muchas veces fatales entre “barristas” que, como dicen siempre, descargan sus frustraciones haciéndose fanáticos de equipos que, al final de las cuentas, solo son grupos de futbolistas que hacen lo que hacen para su propio provecho y que, salvo excepciones (que siempre hay), no moverán un dedo para ayudarlos a salir de su marginalidad.

Promover estos exacerbados fanatismos en niños muy pequeños configura una actitud incomprensible de los padres. Porque esos fanatismos, por lo general, vienen acompañados del desarrollo de vicios emocionales como ausencia de empatía, sobredimensionamiento de una actividad como el fútbol hasta convertirla en parte fundamental de la vida cuando solo es, en el mejor de los casos, un bonito deporte. Y, especialmente, desconecta a los más pequeños de su propia realidad. Para cuando lleguen a adolescentes, si esos fanatismos se solidifican, tendremos más de un problema en casa y en la escuela.

Ustedes, ¿qué opinan?   

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EL DATO

  • Es un fenómeno tan viejo como la humanidad, pero no hace tanto que los científicos de diversas disciplinas se han dado cuenta de que hay mecanismos idénticos de asunción individual del fanatismo, más allá del contexto social, político o religioso en que actúa cada uno.
  • Los aficionados de un equipo de fútbol, por ejemplo, obtienen un gran placer cuando su equipo gana, pero esta sensación se multiplica si la victoria es inesperada, ya sea porque el contexto racional invitaba a desechar la posibilidad –el equipo colista que vence por sorpresa al líder– o porque el transcurso del acontecimiento deportivo también había conducido a desestimar la posibilidad de victoria.
  • Esta configuración del pensamiento fanático suele mostrar unas peculiaridades conocidas como distorsiones cognitivas. Se trata de errores en el procesamiento de la información característicos de muchos trastornos mentales, como los de personalidad o la depresión.

Fuente: Muy Interesante.es

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