Estimados docentes: Hay dos sentidos en los que utilizamos, en el habla coloquial -casi semi cultileída, podríamos decir- el sustantivo “discreción” y su derivado “discreto” (adjetivo). El primero tiene que ver con una actitud personal ante las cosas caracterizada por la moderación, la seriedad, la pausa en las relaciones sociales y cómo manejamos la información que surge de estas, ya sean personales, familiares, amicales, laborales o profesionales. El segundo sentido se refiere a aquellas personas o grupos de personas cuyo accionar es mediano, pobre, de perfil bajo voluntario o involuntario. “Un equipo de fútbol discreto” es, básicamente, un equipo de fútbol malo, mediocre.

Este post y sus links asociados se concentra en el primer significado, relacionado a tener cuidado con lo que uno dice y/o con lo que uno hace en contextos grupales, públicos, con la finalidad de controlar las consecuencias que ello pueda traer en el desarrollo de un acontecimiento o relación. Ser discreto, en esos términos, equivale a todo lo contrario que vemos -y, lo que es peor, lo que ven nuestros hijos y alumnos- a diario en las redes sociales y en los programas de entretenimiento que son los favoritos de muchas de sus mamás y profesoras. La discreción es lo que menos tienen esos personajes de farándula o de política farandulizada, soltando a bocajarro lo primero que se les viene a la cabeza cuando quieren defenderse u ocultar su responsabilidad. En contextos privados, la falta de discreción puede ser -y de hecho es- fuente permanente de resentimientos y problemas íntimos, de familia. En el trabajo, ser indiscreto puede marcar la diferencia entre conservar un puesto y quedar desempleado rápidamente.

Es importante que, desde las aulas de clases escolares, enseñemos a los más pequeños a ser discretos en sus dichos y acciones. Sabemos que eso colisiona -aunque nadie lo diga abiertamente- con las tendencias más modernas de la educación que pretenden enmarcar el crecimiento en una imperturbable atmósfera de libertad total, para no “cortar las alas”. Sin embargo, cumplir normas de conducta y controlar nuestras expresiones es vital para tener una vida adulta plena, sin sobresaltos ni momentos difíciles provocados por uno mismo, cuando ha sido criado en la idea de que puede decirse o hacerse lo que uno quiera, cuando uno quiera, sin importar lo demás y los demás.

EL LINK

https://es.aleteia.org/2023/04/20/la-virtud-de-la-discrecion

EL DATO

  • El gran problema de la indiscreción es que no tiene vuelta atrás. Las palabras no se las lleva el viento, y lo dicho, aunque pidas disculpas, dicho queda. Cuesta ganarse la confianza de la gente, cuesta ser alguien en el que poder confiar, pero bastan unas solas palabras para echar por la borda toda la reputación.
  • El bombardeo de información y la exhibición que ronda ahora por las redes facilita la imprudencia y convierte lo que antes era privado en público. Las nuevas generaciones que se educan en este continuo escaparate terminan por no distinguir entre lo que es correcto compartir y lo que no lo es.
  • La confianza es básica en las relaciones personales. Sin ella no podemos mantener relaciones profundas, solo frívolas, superficiales, en las que se habla del tiempo y poco más. Una de las ventajas de ser prudente es que consigues tener relaciones personales de calidad y de respeto.

Fuente: El País.com

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