Estimados docentes: Hace unas semanas, el Perú estuvo en vilo por un caso terrible: una joven empresaria de 32 años fue secuestrada durante 11 días y sometida, ella y su familia, a una serie de maltratos físicos y torturas psicológicas que incluyeron amenazas de muerte y hasta la posibilidad de que, si no pagaban el rescate, los criminales comenzarían a mutilar sus manos. La noticia espantó a todo el país pues incluso usaban las redes sociales y medios de comunicación para dar credibilidad a sus amenazas, mostrando un alto nivel de crueldad y ausencia de sensibilidad humana. En los cafés, casas familiares y patios, se hablaba de los secuestradores como “monstruos” y a la víctima como la daban por muerta cada dos días.

Cuando los medios comenzaron a desarrollar la historia, al día siguiente de saberse de la desaparición de la señorita, se supo que ella era una especie de “influencer” del rubro de gimnasios en uno de los distritos más alejados del centro de la capital y más peligrosos del momento. En lo que se conoce actualmente como Lima Norte -antes se le denominaba “Cono Norte”- son comunes toda clase de infracciones y crímenes, a diario, de día y de noche. En ese contexto, la empresaria exhibía en sus redes sociales todo lo que ganaba en su negocio: fiestas y viajes caros, automóviles, accesorios de lujo (lentes, celulares) y publicaba todo el tiempo videos de ella misma, bailando provocativamente, en las principales plataformas de redes sociales: Instagram, YouTube, Facebook, TikTok.

Como todos sabemos, todo lo que publicamos en redes sociales es rastreable, por más filtros que les pongamos. Los delincuentes están atentos a estas cosas y donde ven dinero acumulado y signos exteriores de riqueza, ponen sus afilados ojos y echan a andar, a veces desde las mismas cárceles, sus planes para secuestrar a su objetivo y robarles todo lo que ellos mismos se encargaron de decir que tienen. Es el caso de la joven empresaria. Les dio herramientas a los asaltantes y terminó involucrada en una situación que puso en riesgo a su familia y que, sin dudas, la ha dejado traumatizada de por vida a ella y a su familia más directa.

En las escuelas, maestros y padres de familia deben incidir en el enorme peligro que conlleva andar publicando dónde queda el restaurante al que fuimos con la familia, la discoteca a la que iremos el fin de semana, la zona en la que vivimos o estudiamos. Parece tan difícil recomendar eso ahora que todos vemos en eso una forma natural de interacción social (no hacerlo equivale a que uno es un ser de otro planeta) pero es necesario para reducir los riesgos de casos como estos. Afortunadamente, los secuestradores, en el caso que reseñamos, no le hicieron daño a la víctima y fueron, eventualmente, capturados. Pero no siempre es así. Estemos atentos a eso.

EL LINK

https://compartirenfamilia.com/tecnologia/exposicion-en-las-redes-sociales.html

EL DATO

  • Así, en la encuesta “The Age of Consent” se refleja que el 30% de los padres publica una foto o vídeo de sus hijos al menos una vez al día en sus redes sociales, y un 12% difunde hasta cuatro o más veces por día, lo que muestra el alcance de la exposición infantil en Internet.
  • Los efectos secundarios emocionales no deben dejarse de lado. Según un estudio de ComRes, más de uno de cada cuatro niños, de entre 10 y 12 años, se sienten avergonzados, preocupados o ansiosos cuando sus padres publican fotos de ellos en Internet.
  • A pesar de conocer estas amenazas, muchos de ellos admiten saber que ofrecen información personal y privada de los niños al subir fotografías en Internet. Por ejemplo, la mitad de los padres encuestados afirman que tienen o compartirían una imagen de su hijo con el uniforme escolar, pese a que esto suponga un riesgo para el menor al divulgar información personal.

Fuente: ABC Tecnología.com

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