Estimados docentes: Estamos entrando al primer cuarto de siglo del siglo XXI y, a estas alturas, para nadie es un secreto que la tecnología y la educación han consolidado una relación que es inevitable y casi natural pero que, al mismo tiempo, requiere de permanente supervisión y adaptación a los métodos clásicos de la era pre tecnológica, para evitar que las distorsiones y excesos acaben siendo más perjudiciales que beneficiosas en el contexto de aquello que aprenden e interiorizan nuestros estudiantes, al final de cada etapa de su formación escolar.

La evolución de las aplicaciones educativas es un proceso en constante movimiento, casi a diario salen nuevas formas de vincular a los aparatos y/o las páginas de internet y redes sociales al proceso de enseñanza-aprendizaje, con resultados que van de lo óptimo a lo irregular, de lo útil a lo incompleto. Y no solo depende, como hasta hace algunos años se creía, de lo que el docente introduzca en el proceso -su experiencia y conocimiento, su capacidad de ser un filtro o “facilitador” como se menciona frecuentemente en el debate pedagógico- sino que también tiene mucho que ver el entorno -tanto el real como el virtual- en el que se desarrollan los alumnos y las influencias extrapedagógicas, que casi siempre se entremezclan con las educativas pues provienen todas del universo digital.

¿Cómo hacer confluir, en un mismo teléfono y en un mismo horario, las apps educativas con las apps distractivas? En un mundo tecnológico sin límites ni regulaciones claras, los docentes y las instituciones educativas quedamos a merced del autocontrol, quizás lo más difícil de alcanzar en el ser humano en todas sus actividades. Tradicionalmente, los fines de semana eran los espacios en que niños y adolescentes dejaban a un lado la vida escolar para dedicarse a otras actividades, también importantes en su proceso formativo (salir a jugar, interactuar con su familia, etc.). Pero ahora las redes y las apps para jugar proponen un fin de semana permanente, que se cuela entre las lecturas y los minutos dedicados al estudio y la reflexión sobre las tareas que recibe en clase. Y como sabemos, si no prestamos atención, no entendemos y, por lo tanto, no aprendemos.

Por ello, es positivo saludar que haya cada vez más y más aplicaciones educativas pero, en paralelo, se requiere tener en cuenta este riesgo permanente de que el proceso de educación moderna se enfrente a permanentes distracciones que desvíen la atención del alumno hacia otras cosas, menos relacionadas a lo que pueda considerarse una vida escolar activa y prvechosa.  

EL LINK

https://www.timetoast.com/timelines/aplicaciones-app-para-estudiantes-educacion

EL DATO

  • Se puede decir que el uso de la tecnología en el campo de la educación se inicia en los años cuarenta en EE.UU. con los cursos para especialistas militares apoyados en instrumentos audiovisuales, durante la Segunda Guerra Mundial.
  • Las aplicaciones móviles surgen a finales de la década de los 90´. Su desarrollo se apoyó en la tecnología Wireless Application Protocol , en la trasmisión de datos Enhanced Data Rates for GSM Evolution, entorno a la evolución de los teléfonos móviles que derivaron en los actuales Smartphone, y en el contexto del progreso de los sistemas operativos para dispositivos móviles como por ejemplo, IPhone (2007) de Apple, o Android (2008) de Google, y el desarrollo de los lenguajes de programación como el HTML (1991).
  • El concepto de “aplicación educativa” puede llegar a ser muy amplio. Siguiendo con la definición iniciada en el apartado de la introducción, Las Apps educativas, nacimiento y evolución, y con apoyo de la clasificación reciente de Cabero (2014), se distinguen tres tipos de visiones de cómo se pueden incorporar la tecnología a las prácticas educativas.

Fuente: Wiki Books.com

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